DE CÓMO CONOCÍ AL MAESTRO KAEMÓN
Y DE LOS RECUERDOS DE NUESTRO ENCUENTRO
En uno de mis viajes al país del sol naciente, leí en un libro del famoso poeta y monje zen, Matsuo Bashō (1644-1694), las siguientes palabras:
“En los bellos espectáculos de montañas, campos, océanos y costas, veo los logros de la creación. O sigo los rastros que dejaron aquellos que, completamente libres, siguieron el Camino, o trato de desentrañar la verdad expresada por aquellos que tuvieron sensibilidad poética.”
Era una de las notas de su Oi no Kobumi (Cuaderno de mochila), y leerla me animó a seguir yo también sus pasos, dirigiéndome a las tierras hondas en compañía de un amigo andariego, para buscar allí las trazas del viaje a pie que Bashō dejó inmortalizado en su diario poético Oku no Hosomichi (La senda de Oku). Y en esas alejadas regiones norteñas fue donde empezó la historia…
Mi encuentro con Kaemón surgió de un casual hallazgo en un mercadillo ambulante de un pequeño pueblo de montaña: unas gastadas sandalias en cuyas suelas resplandecía un vivo estampado floral, representando un ramillete de lirios en flor, que pueden verse aquí expuestas junto a los demás objetos. La búsqueda del autor de tal pequeña gran obra de arte fue la que nos condujo a Sendai, a la casa del humilde y longevo artesano…
Nuestras andanzas con él y los descubrimientos que en esas tierras hicimos se cuentan en el relato titulado Lirios en las sandalias, también a la disposición del lector curioso...
El maestro Kaemón, anciano de larga barba caprina y guedejas nacaradas, era muchas cosas a la vez. Además de estampador era aficionado a la tinta china y a la talla de madera. El tiempo que compartimos con él en su cabaña fue suficiente para que viéramos la extensión y la magnitud de esas aficiones… En una pequeña habitación orientada al Este, entre estantes y entablados de bambú, tenía su colección particular de paisajes en seda y raíces y troncos barnizados.
Sus pinturas eran leves, casi aéreas, se diría que sólo bosquejos que su pincel había esbozado en las largas caminatas por entre los riscos y las cascadas, sobre todo en los días de niebla…
Tras nuestro mutuo encuentro, Kaemón me regaló, en nombre de nuestra común pasión por Bashō y por las artes, unos cuantos de esos dibujos a la tinta, de esos apuntes al natural.
Carecen de título, año y ubicación, pero los expongo con el ánimo de mostrar algunos de los rasgos de su personalidad creativa:
Sus tallas de madera, por otro lado, nos inspiraban un profundo misterio. La mayoría eran raíces nudosas o agujereadas encontradas por los caminos. La sorpresa surgía de la claridad con que esos objetos hacían resplandecer las formas mágicas (ahora diríamos fractales) de la naturaleza. Líneas quebradas, surcos, porosidades, espirales, meandros, rugosidades,… la riquísima caligrafía de los árboles se podía ver realzada en esos acerados idolillos.
Antes de irnos de la región, Kaemón nos regaló unas cuantas de sus muchas figuras, dándonos así su singular bendición.
Una vez en casa, tras aquellos meses de peregrinaje por Japón, tuve el tiempo y la disposición necesaria para observarlos bien. Tomé fotografías de las raíces y amplié y recorté algunas de sus partes, de sus texturas. La naturaleza, insuperable artista, había dibujado allí, en esos restos de árboles muertos, las letras y los arabescos de la vida buscando su camino…
Estos son algunos de los recuerdos que me pareció buena idea exponer en esta muestra, para el goce y la contemplación del transeúnte sin prisas, como homenaje al viejo Kaemón y a su sencillo arte taoísta…
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