CHRISTIAN TUBAU ARJONA

CHRISTIAN TUBAU ARJONA

PROLOGO

Como el trino del cenzontle imita las voces de otras aves que cantan a su alrededor, así el título de estos papeles digitales se hace eco del verso del poeta cantor… “Si no creyera en la locura / de la garganta del sinsonte…” Trino polifónico el de este pájaro aliblanco, prodigiosa locura que su nombre de familia (Mimus polyglottos) delata y que corrobora su denominación en lengua náhuatl (Cenzon-tlahtol-e): el pájaro de los cuatrocientos cantos. Pero el eco nunca devuelve el sonido original intacto: una leve distorsión, una fértil différance, lo transforma en un sonido nuevo, en una canción nueva. Así, en estas páginas, las voces que se oirán son las que salen de la garganta de otra criatura, el simbionte, un ser vivo que se forma de la íntima hibridación de seres procedentes de distintos reinos. La imagen que ilustra el título (un liquen de la familia Cladonia), remite también, con sus erguidas trompetillas, a las múltiples voces que poblarán este cuaderno. Páginas híbridas, pues; páginas en las que convivirán (syn-biosis) estrechamente vinculados, entretejidos por sutiles raicillas, textos e imágenes sobre los infinitos seres vivos (los diez mil seres de Lao Tsé); o sobre las artes plásticas, que demuestran que es posible, como quería Octavio Paz, “soñar con las manos”; o sobre poesía (el musgo filamentoso de los versos) y otras especies literarias como la novela o el cuento; o sobre filosofía (las largas y tupidas crines de los conceptos). Walt Whitman decía "Brote la hierba de las palabras". Así de la blanca tinta eléctrica broten aquí líquenes alegres y polícromos, pioneros de la vida, que agrieten la obsidiana del espacio virtual.

23 de marzo de 2013

Reseña de Collected Poems, de Nabokov



Collected Poems, by Vladimir Nabokov
Penguin Classics, 2012

Reseña de Christian T. Arjona


Todos los grandes novelistas, como Nabokov, James Joyce o Samuel Beckett, son, en primer lugar y por definición, poetas, porque la poesía es el uso creativo e innovador del lenguaje. Algunos de ellos diluyen su lirismo en la prosa, como Marcel Proust; otros escriben, además de historias, versos. Y casi todos, en su juventud, fueron apasionados lectores y escritores de poesía.

Este es el caso de Vladimir Nabokov, autor de la célebre Lolita y uno de los mejores prosistas en lengua inglesa del siglo veinte. En su brillante autobiografía tardía, Speak, memory, Nabokov relata cómo en su temprana juventud, en el verano de 1914, se vio arrastrado por el caudal de la inspiración poética: “the numb fury of verse-making came over me”. Y el primero de sus poemas, “Music”, aparece por primera vez en el valioso volumen de sus Collected poems que acaba de salir a la luz para gozo de los lectores y admiradores de su obra.

Muchas son las virtudes de este libro, pulcramente editado e introducido por Thomas Karshan. En primer lugar, las novedades que aporta al público de lengua inglesa: la publicación de poemas hasta ahora inéditos (como The University Poem, de 1927) y la brillante traducción de sus poemas rusos, por parte del hijo del autor, Dmitri Nabokov. Y en segundo lugar, la luz que arroja sobre la vertiente más desconocida del autor ruso, que es principalmente conocido por sus novelas, aunque en algunas de ellas, como The Gift o Pale Fire, la presencia de los poetas y la poesía era ya muy importante.

Los lectores de Nabokov saben por experiencia que su escritura, por su plasticidad, delicadeza, extrema precisión y artesanía de la palabra esconde un gran poeta, pero lo que ofrece esta edición de sus poemas reunidos es la oportunidad de leer sus versos, y de comprobar, con admiración, en qué medida éstos se distinguen de su voz como novelista: un maravilloso contrapunto de su prosa extática, como decía John Updike.

En la introducción de la única edición anterior de sus poemas, Poems and Problems, Nabovok distinguía varias fases y temas predominantes en su quehacer versificador: una etapa inicial de versos de amor apasionados no muy originales; otro periodo en el que predomina la desconfianza hacia la llamada Revolución de Octubre; otro, que alcanza ya hasta los años 20, de retrospecciones nostálgicas; otra década de poemas más narrativos, que incluían una breve historia, y, finalmente, a finales de los años 30 y las siguientes décadas, en las que se liberó de los grilletes autoimpuestos y descubrió “su estilo más robusto”. Y en cuanto a sus poemas escritos ya en inglés para el The New Yorker, convenientemente separados en esta edición, Nabokov los consideraba: “of a lighter texture... owing to their lacking that inner verbal association... which marks the poems written in one’s mother tongue, with exile keeping up its parallel murmur.” A pesar de estas diferencias temáticas y de estilo, la característica común que más sorprende al lector de sus poemas es su atrevida sencillez, rayana en la naïveté.

Como bien describe Thomas Karshan en su ensayo introductorio, en sus versos hallamos un “paisaje lírico” lleno de “declaraciones ardientes, exclamaciones ingenuas y narraciones muy directas...” que “a menudo tienen lugar en el mismo escenario familiar, heredado del Romanticismo: un hombre se sienta solo en una habitación iluminada por la luna, mirando por la ventana abierta, perseguido por los recuerdos irresueltos de un pasado perdido e irrecuperable”.

El contenido de los poemas es de fácil comprensión, sus formas estróficas tradicionales – con frecuente recurso del apóstrofe -, y su pretensión es de una pureza admirable: “look for a simple word of human love”. Esta simplicidad contrasta vivamente con la sofisticación y complejidad de su escritura novelística, y nos descubre una sensibilidad sin barroquismos que, sin embargo, es en el fondo la misma que anima el intenso lirismo de su prosa. Y es que para Nabokov, la escritura debe dar vida a los objetos, “experiencing every detail as if it were potentially responsive”, llevado por un amor a las “simple tender things”. Y su simplicidad es sólo aparente, pues detrás de cada poema hay una compleja artesanía de la palabra poética, altamente consciente del poder de la métrica, el ritmo, la rima y la metáfora. 

Una de esas cosas simples y tiernas son las mariposas, a las que Nabokov dedicó también toda su vida. Su trabajo de laboratorio como lepidopterólogo le enseñó la belleza del mundo diminuto, y podríamos decir que esa experiencia se refleja en sus poemas: pequeñas miniaturas cristalinas, bellas y elaboradas como alas de mariposa vistas a través de un microscopio. Como él mismo declaró hablando de su experiencia como estudiante de Biología en Cambridge:

To twist a screw of brass,
so that, in the water’s droplets,
the world would radiantly appear
minute - that is what occupied my day.”

Los poemas contenidos en este libro – ya sean amorosos, nostálgicos, narrativos o ligeros – siempre nos muestran también, a través de las lentes atentas y creadoras de su autor, la belleza de un mundo siempre radiante, inaugural.



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