Collected Poems, by Vladimir Nabokov
Penguin
Classics, 2012
Reseña de Christian T. Arjona
Todos los grandes novelistas, como Nabokov, James Joyce o Samuel
Beckett, son, en primer lugar y por definición, poetas, porque la poesía es el
uso creativo e innovador del lenguaje. Algunos de ellos diluyen su lirismo en
la prosa, como Marcel Proust; otros escriben, además de historias, versos. Y
casi todos, en su juventud, fueron apasionados lectores y escritores de poesía.
Este es el caso de Vladimir Nabokov, autor de la célebre Lolita y uno de los mejores prosistas en
lengua inglesa del siglo veinte. En su brillante autobiografía tardía, Speak, memory, Nabokov relata cómo en su
temprana juventud, en el verano de 1914, se vio arrastrado por el caudal de la
inspiración poética: “the numb fury of
verse-making came over me”. Y el primero de sus poemas, “Music”, aparece
por primera vez en el valioso volumen de sus Collected poems que acaba de salir a la luz para gozo de los lectores
y admiradores de su obra.
Muchas son las virtudes de este libro, pulcramente editado
e introducido por Thomas Karshan. En primer lugar, las novedades que aporta al
público de lengua inglesa: la publicación de poemas hasta ahora inéditos (como The University Poem, de 1927) y la
brillante traducción de sus poemas rusos, por parte del hijo del autor, Dmitri
Nabokov. Y en segundo lugar, la luz que arroja sobre la vertiente más
desconocida del autor ruso, que es principalmente conocido por sus novelas,
aunque en algunas de ellas, como The Gift
o Pale Fire, la presencia de los
poetas y la poesía era ya muy importante.
Los lectores de Nabokov saben por experiencia que su
escritura, por su plasticidad, delicadeza, extrema precisión y artesanía de la
palabra esconde un gran poeta, pero lo que ofrece esta edición de sus poemas
reunidos es la oportunidad de leer sus versos, y de comprobar, con admiración,
en qué medida éstos se distinguen de su voz como novelista: un maravilloso
contrapunto de su prosa extática, como decía John Updike.
En la introducción de la única edición anterior de sus
poemas, Poems and Problems, Nabovok
distinguía varias fases y temas predominantes en su quehacer versificador: una
etapa inicial de versos de amor apasionados no muy originales; otro periodo en
el que predomina la desconfianza hacia la llamada Revolución de Octubre; otro,
que alcanza ya hasta los años 20, de retrospecciones nostálgicas; otra década de
poemas más narrativos, que incluían una breve historia, y, finalmente, a
finales de los años 30 y las siguientes décadas, en las que se liberó de los
grilletes autoimpuestos y descubrió “su estilo más robusto”. Y en cuanto a sus
poemas escritos ya en inglés para el The
New Yorker, convenientemente separados en esta edición, Nabokov los
consideraba: “of a lighter texture...
owing to their lacking that inner verbal association... which marks the poems
written in one’s mother tongue, with exile keeping up its parallel murmur.”
A pesar de estas diferencias temáticas y de estilo, la característica común que
más sorprende al lector de sus poemas es su atrevida sencillez, rayana en la naïveté.
Como bien describe Thomas Karshan en su ensayo
introductorio, en sus versos hallamos un “paisaje lírico” lleno de “declaraciones
ardientes, exclamaciones ingenuas y narraciones muy directas...” que “a menudo tienen lugar en el mismo escenario
familiar, heredado del Romanticismo: un hombre se sienta solo en una habitación
iluminada por la luna, mirando por la ventana abierta, perseguido por los
recuerdos irresueltos de un pasado perdido e irrecuperable”.
El contenido de los poemas es de fácil comprensión, sus
formas estróficas tradicionales – con frecuente recurso del apóstrofe -, y su
pretensión es de una pureza admirable: “look
for a simple word of human love”. Esta simplicidad contrasta vivamente con
la sofisticación y complejidad de su escritura novelística, y nos descubre una
sensibilidad sin barroquismos que, sin embargo, es en el fondo la misma que
anima el intenso lirismo de su prosa. Y es que para Nabokov, la escritura debe
dar vida a los objetos, “experiencing
every detail as if it were potentially responsive”, llevado por un amor a
las “simple tender things”. Y su
simplicidad es sólo aparente, pues detrás de cada poema hay una compleja
artesanía de la palabra poética, altamente consciente del poder de la métrica,
el ritmo, la rima y la metáfora.
Una de esas cosas simples y tiernas son las mariposas, a
las que Nabokov dedicó también toda su vida. Su trabajo de laboratorio como
lepidopterólogo le enseñó la belleza del mundo diminuto, y podríamos decir que
esa experiencia se refleja en sus poemas: pequeñas miniaturas cristalinas,
bellas y elaboradas como alas de mariposa vistas a través de un microscopio.
Como él mismo declaró hablando de su experiencia como estudiante de Biología en
Cambridge:
“To twist a screw of brass,
so that, in the water’s droplets,
the world would radiantly appear
minute - that is what occupied my day.”
Los poemas contenidos en este libro – ya sean amorosos,
nostálgicos, narrativos o ligeros – siempre nos muestran también, a través de
las lentes atentas y creadoras de su autor, la belleza de un mundo siempre
radiante, inaugural.
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