CHRISTIAN TUBAU ARJONA

CHRISTIAN TUBAU ARJONA

PROLOGO

Como el trino del cenzontle imita las voces de otras aves que cantan a su alrededor, así el título de estos papeles digitales se hace eco del verso del poeta cantor… “Si no creyera en la locura / de la garganta del sinsonte…” Trino polifónico el de este pájaro aliblanco, prodigiosa locura que su nombre de familia (Mimus polyglottos) delata y que corrobora su denominación en lengua náhuatl (Cenzon-tlahtol-e): el pájaro de los cuatrocientos cantos. Pero el eco nunca devuelve el sonido original intacto: una leve distorsión, una fértil différance, lo transforma en un sonido nuevo, en una canción nueva. Así, en estas páginas, las voces que se oirán son las que salen de la garganta de otra criatura, el simbionte, un ser vivo que se forma de la íntima hibridación de seres procedentes de distintos reinos. La imagen que ilustra el título (un liquen de la familia Cladonia), remite también, con sus erguidas trompetillas, a las múltiples voces que poblarán este cuaderno. Páginas híbridas, pues; páginas en las que convivirán (syn-biosis) estrechamente vinculados, entretejidos por sutiles raicillas, textos e imágenes sobre los infinitos seres vivos (los diez mil seres de Lao Tsé); o sobre las artes plásticas, que demuestran que es posible, como quería Octavio Paz, “soñar con las manos”; o sobre poesía (el musgo filamentoso de los versos) y otras especies literarias como la novela o el cuento; o sobre filosofía (las largas y tupidas crines de los conceptos). Walt Whitman decía "Brote la hierba de las palabras". Así de la blanca tinta eléctrica broten aquí líquenes alegres y polícromos, pioneros de la vida, que agrieten la obsidiana del espacio virtual.

16 de enero de 2015

Reseña sobre El corazón, la nada, antología poética de Eduardo Moga




La revista cultural Turia ha publicado, en su número 112, mi reseña sobre el libro El corazón, la nada. Antología poética (1994 - 2014), de Eduardo Moga, de la editorial Amargord.

Para mí es una gran satisfacción haber colaborado con esta importante revista de poesía y, además, hacerlo en relación a uno de los más destacados poetas vivos en lengua española, un autor y amigo al que debo mucho y al que admiro como creador.

Transcribo aquí la mayor parte de la reseña para animaros a leer el libro, y, si os interesa, mi reseña completa.

Enlaces:

Ediciones Amargord

Revista Turia, num. 112



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EL CORAZÓN, LA NADA
Antología poética (1994 – 2014)
Eduardo Moga
Amargord Ediciones, Madrid, 2014.


        Toda antología personal de un autor es el palimpsesto de sus distintas etapas, de sus distintas voces. En ella vemos, sobreimpresos, los acentos de cada estación vital. El corazón, la nada. Antología poética (1994-2014) de Eduardo Moga (Barcelona, 1962) resume el caudal de lúcidos versos con los que, durante veinte años, este poeta visionario, traductor y crítico literario, ha ido nutriendo los predios de la poesía española.

La vista aérea que nos brinda este volumen permite discernir los varios afluentes y saltos de agua que con el paso del tiempo ha ido generando el río de su escritura; muestra los mimbres de toda su obra como las facetas de un diamante – cada una con su propia irisación –, como islas de un archipiélago poético único. A esta panorámica contribuyen también el prólogo de Jordi Doce y el epílogo del autor, que es a la vez una poética y una mirada retrospectiva a su pasión de escribir, desde su juventud hasta el presente. La antología recorre «la cordillera de los años, como un gigante que extendiera los brazos a través de las décadas y sostuviese la monstruosa parábola del tiempo», citando una imagen de Insumisión (2013).

(…)

Esta antología, pues, muestra cómo a lo largo de su trayectoria creativa el autor ha buscado, en sus propias palabras, «una forma poética que ahincara lo lírico a lo inmediato (...) perseguir lo poético en lo no-poético (...) que todo lo dicho fuera poesía (...) que nada fuese ajeno a su eclosión y a su esperanza.» Y su publicación invita a subrayar de nuevo que su poesía constituye una de las creaciones literarias más originales e innovadoras de la lírica actual, fruto de su orfebrería y tensión lingüística, la originalidad e imprevisibilidad de sus imágenes, la radicalidad de sus motivos y el élan transgresivo de sus propuestas poéticas.

Su escritura se distingue por la atención microscópica a cada término, que se inserta en la página con el máximo de carga de sentido que Ezra Pound atribuía a la buena literatura. Cada poema es un artefacto diseñado para activarse en la sensibilidad del lector, un «reloj de palabras». Esta concentración semántica que, como una semilla, se abre a la multiplicación y a la complejidad, también halla su efecto innovador mediante el uso de léxicos ajenos a la lírica, como los de la anatomía, la medicina o las ciencias naturales. Así, en sus versos habitan, entre multitud de otros objetos, como “purísimas amebas” de sentido: el granito y el cianuro, los aerolitos y el hidrógeno, el páncreas y la pleura, el ozono y los ácaros, los leucocitos y el sílex, los alcaloides y el plancton.

La poesía de Eduardo Moga, apóstata de todos los demiurgos - y herética frente a los dogmas de lo convencional - construye, paradójicamente, un singular mundo animista en el que todo palpita y habla - la roca, la mesa, el zapato, el calendario, las sombras -, en el que todo es verbo, tránsito, fluido: un panteísmo de las cosas, sin Dios.

Escritura viva y minuciosa en la adjetivación inesperada, sugestiva - «sangre floral», «claveles impetuosos»; en la incesante palpitación verbal  - «Descifré flores muertas, mastiqué el polvo del mar, uní fragmentos de agua, fabriqué el silencio,...»; en la elaborada métrica que canaliza el alto voltaje de las frases - «rizoma eléctrico» - y los sangrados que crean vacuolas de silencio por las que el poema respira, como en Cuerpo sin mí (2007); o en los signos de puntuación que vertebran la música de sus versos y que, en la prosa poética, dictan un ritmo preciso y serpenteante, aluvial.

Sus imágenes, por su fuerza y su impulso sostenido, trascienden los hallazgos visuales creados por los “ismos” que le preceden: barroquismo, simbolismo, expresionismo, surrealismo. Mar adentro, lejos ya de las tierras de sus predecesores (Perse, Paz, Whitman, Pessoa, Aleixandre, Gamoneda y otros), el imaginismo de Eduardo Moga se profunda en las aguas de la poesía visionaria, siguiendo el mandato rimbaldiano de que el poeta debe ser vidente, hacerse vidente: «Un protón contiene el horizonte», «la melancolía muerde como una voluminosa flor», «el cielo se esconde en mi estómago». Imágenes sinapsis, compuestos en los que reaccionan, como elementos en el matraz, sustancias dispares.

La hibridación metafórica enciende la llama de su poesía. Esa aproximación de lo distante puede darse, por ejemplo, entre lo material y lo inmaterial, «átomos de sombra», «helio en el pensamiento»; entre objetos de reinos alejados, «alud de ojos»; o entre verbos y predicados insólitamente unidos, «comer tus sombras ... nadar en tu vientre». Y alcanza su máxima potencia en el uso de dos figuras retóricas: la sinestesia, que siembra sus libros de imágenes sensoriales – simultáneamente carnales, sonoras, luminosas, líquidas, aromadas, sabrosas: «(...) Te oigo con los ojos /que te huelen...», «clamor negro»; y el oxímoron, esas brillantes «contradicciones en flor» que zarandean el lenguaje y lo vivifican, reordenando las palabras en inéditas formaciones: «calma frenética», «turbulento silencio», «serena tempestad».

En cuanto a su fondo, su poesía es siempre interrogativa - incluso cuando no pregunta -, porque sus frases nunca ocluyen el sentido, sino que abren ventanas a realidades nuevas o producen fisuras en el lenguaje por las que se cuela la vida. Sus preguntas atraviesan el amor y la soledad, las luces y las cavernas del sexo, el porqué o el sin porqué de la vida, la confusión y multiplicación del yo, el ruido de la lima sorda del tiempo, el vacío interior, la muerte sin adjetivos. El título de esta antología condensa sus dos principales motivos:

          La nada - La nada de saberse, en el hondón de los espejos, molde vacío, oquedad, cráter del ser. «Tu materia lo es: nada. El cuerpo en tu nada, la nada que late... » La nada de saberse erosión del tiempo, grieta del olvido, caracola de vida que se ahueca, carne en vías de extinción. La muerte, esa «rosa triste en el centro de la sangre», está presente en toda su obra como la cicuta al alcance del estoico. Es la luz oscura que ilumina el otro lado de la moneda: nuestro breve, aunque intenso, paso por la vida.

         El corazón - El corazón y sus intermitencias, sus pulsiones y sus abismos; los caminos del corazón por donde «fluye la linfa de la luz»; el latido que se incorpora al tedio y al absurdo y reclama su reino fugaz, su irrenunciable dosis de entusiasmo. El corazón, que como una mancha de sangre en la nieve, rubrica en rojo su pálpito de vida entre dos nadas.


Christian Tubau Arjona