CHRISTIAN TUBAU ARJONA

CHRISTIAN TUBAU ARJONA

PROLOGO

Como el trino del cenzontle imita las voces de otras aves que cantan a su alrededor, así el título de estos papeles digitales se hace eco del verso del poeta cantor… “Si no creyera en la locura / de la garganta del sinsonte…” Trino polifónico el de este pájaro aliblanco, prodigiosa locura que su nombre de familia (Mimus polyglottos) delata y que corrobora su denominación en lengua náhuatl (Cenzon-tlahtol-e): el pájaro de los cuatrocientos cantos. Pero el eco nunca devuelve el sonido original intacto: una leve distorsión, una fértil différance, lo transforma en un sonido nuevo, en una canción nueva. Así, en estas páginas, las voces que se oirán son las que salen de la garganta de otra criatura, el simbionte, un ser vivo que se forma de la íntima hibridación de seres procedentes de distintos reinos. La imagen que ilustra el título (un liquen de la familia Cladonia), remite también, con sus erguidas trompetillas, a las múltiples voces que poblarán este cuaderno. Páginas híbridas, pues; páginas en las que convivirán (syn-biosis) estrechamente vinculados, entretejidos por sutiles raicillas, textos e imágenes sobre los infinitos seres vivos (los diez mil seres de Lao Tsé); o sobre las artes plásticas, que demuestran que es posible, como quería Octavio Paz, “soñar con las manos”; o sobre poesía (el musgo filamentoso de los versos) y otras especies literarias como la novela o el cuento; o sobre filosofía (las largas y tupidas crines de los conceptos). Walt Whitman decía "Brote la hierba de las palabras". Así de la blanca tinta eléctrica broten aquí líquenes alegres y polícromos, pioneros de la vida, que agrieten la obsidiana del espacio virtual.

27 de agosto de 2014

HIPOGRAMAS PROLOGO







HIPOGRAMAS

Christian T. Arjona


“Vagabundillos del universo, tropel de seres pequeñitos,
¡dejad la huella de vuestros pies en mis palabras!”
Rabindranaz Tagore



Akikaze ya
ganchû no mono
mina haiku

("En el viento de otoño,
cada cosa que miro
es un haiku")
Kyoshi



A QUIEN LEYERE

No hay cosa más ardua que el querer complacer a todo el mundo, ni más probable y usada que ignorar los nuevos libros de poesía que asoman a la luz pública. De ambos riesgos vienen acompañados todos los versos que se publican, sin apenas excepciones, aunque arropados bajo los anchurosos toldos del mercado. ¿Qué será de este librito sin mecenazgo, de este hacecillo de breves poemas, cuyo sabor, por lírico y misceláneo, lleva consigo la común indiferencia y la desconfianza?

Oirá y leerá el lector grave estas volátiles materias, pero no llegará a detenerse a perseguir su vuelo. Querrá el apresurado lector atrapar estos pájaros de tinta, mas se le escaparán como huye el paisaje del tren en marcha. Pero en el aleteo de sus páginas, el atento ornitófilo podrá reconocer el quieto planear de los haikus (aunque aquí se den en lengua romance y apaisados, desenrollados), el vuelo parpadeante de las greguerías ramonianas (metáforas que guiñan un ojo), o el plumaje distintivo de las líricas aves perdidas, huidas de los bosques de Tagore. Y el paciente entomólogo descubrirá también los singulares ocelos de algunos versos imaginistas a la manera de Carlos Williams o de fugaces impresiones al estilo de Gould Fletcher, las crisálidas de aforismos peregrinos, koans de una alígera patafísica (aquellas “puntas sin pensar del pensamiento”), trampantojos verbales, estallantes jaculatorias y otras gramáticas bestezuelas.

Muchas de estas pequeñas criaturas, que he bautizado con el término de hipogramas, son el jugoso fruto, concentrado y fértil, de los árboles de la escritura: se desprenden por su propio peso de la rama que les daba vida – un párrafo, una frase, un soneto – y encarnan su quintaesencia. Y en este sentido, por su naturaleza frugal y frutal, ligera y sabrosa, los hipogramas piden lectores frugívoros, admiradores del temblor de lo menudo, amantes de los “mundos sutiles”.

(Aunque también hay otros hipogramas que fructifican entre las barreduras de viejos papeles, como brota la simiente de la acacia en la hez seca del elefante; o nacen de los fértiles muladares de las prosas desechadas, como ciertos hongos en la corteza de árboles huecos, y sólo la tierra, el sol, la lluvia y el tiempo los convierten en erguidos retoños).

Los describiré tal como fueron concebidos, según su definición biopoética. Los hipogramas no son aún, ni propiamente, poemas: carecen de la firme esquelatura de los versos, del  recio forjado de las estrofas o del claro frontispicio de los títulos. Son más bien como las genas del poema, sus gónadas prietas. Los hipogramas, como decía Ramón de sus greguerías, son “amibas de lo nuevo”. Podrían, pues, entenderse como organismos poéticos invertebrados, unicelulares, lábiles procariotas cuyo único núcleo es una imagen, un sonido, una idea.

Mónadas líricas, cuantos poéticos, gérmenes de escritura: su composición atómica no les impide estar abiertos a los demás hipogramas y al resto de la flora literaria; resuenan entre sí del mismo modo en que se entretejen las raicillas bajo la tierra. Replegados sobre su centro como las hojas de la col, estos protopoemas pueden abrirse y reverdecer, creando nuevas imágenes; o como los espongiarios, esparcir sus invisibles esporas por las venas transparentes del aire.

En un sentido general, hipograma es voz de definición generosa y holgada: engloba dentro de sí todos aquellos escritos (grama) que son escasos (hipo) de palabras, exentos de palabrería: precisos, sucintos, concentrados. Esto incluiría, según anunciaba al principio, los géneros de lo minutísimo, como el haiku, la greguería, el poema imaginista, el aforismo o la metáfora. Todos están contenidos en el hipograma como los cartujos de Zurbarán bajo el manto de la Madre.

Pero en un sentido más ceñido cabe hacer algunos matices y diferencias:
Los hipogramas se distinguen de los epigramas en que éstos se escribían sobre (epi)  alguna superficie (una vasija, una estatua, una lápida), mientras que los primeros crecen bajo las cosas, en el sotobosque del lenguaje, como los níscalos bajo los pinos o las amapolas bajo las vides. Son también, pues, el sustrato de los poemas (hipo), lo que subyace a ellos, el aluvión de sus aguas freáticas.

Confundirán algunos acaso estos hipogramas con las greguerías ramonianas. A esto hay que decir que no todos los hipogramas son greguerías, pero todas las greguerías son hipogramas, en tanto que “breves poemas”. Ambas hipoescrituras coinciden en su función biopoética, es decir, esponjar la realidad, añadirle orificios de duda, de lirismo, de sorpresa. Y en ese oficio las metáforas afinadas son el más efectivo berbiquí. Eso es lo que tienen en común.

(La greguería, dijo Ramón, es una metáfora con humor. Pero en sus textos vemos que, como todas las suyas, es ésta una definición maleable, aproximativa, en sí misma greguerística. Pues no todas las greguerías son humorísticas, y cuando no lo son, lo que nos queda es una metáfora, brillante y sugestiva, sí, pero monda metáfora al fin y al cabo).

Y la metáfora, claro está, es antigua como su propio nombre. Ejemplos de metáforas “greguerizantes” e hipogramáticas son éstas del poeta clásico chino Tu Fu: “La luna es un arco sin cuerda” o “Cae la lluvia como hilos de cáñamo”. Esta de Shakespeare: “La vejez cava trincheras en el campo de tu hermosura”. O estas de Luis de Góngora: “Aves, esquilas dulces de sonora pluma” o  “Alado roble”, para designar al barco de velas.

Los hipogramas también son distintos de otros poemas breves, como los Fragmentos (ruinas de una unidad perdida, románticamente idolatrada) o el retazo o cut-up postmoderno (a menudo arbitrario, generador de triviales collages). Estos hipogramas no son restos venerados ni cromos desordenados en el álbum de la poesía: son unidades autopoiéticas, aisladas por maduración o por mitosis. 

Existen, por lo demás, muchos tipos de hipogramas: los hay “ingrávidos y gentiles”, burbujas que el delicado soplo de la lectura hincha y convierte en esfera volandera, que desaparece entre destellos de jabón. (Si esta clase de hipogramas se congregan y arraciman, puede hablarse de “espumas” o “moléculas poéticas”). También hay algunos cuya cúpula jabonosa se tensa y acristala, y entonces se asemejan más a aquellos pisapapeles esféricos que entremuestran una escena o un paisaje en el que casi siempre nieva…

(Eso no quiere decir que los hipogramas sean poemas infantiles, aunque algunas de sus imágenes podrían haberlas concebido los niños con su mirada de girasol recién abierto, tan apta para el objet trouvé. Cuando esto sucede, entre las letras se percibe la etérea presencia de las hipocrénides – musas del hipograma -, de los hipogrifos – fabulosas criaturas híbridas- , y de los hipocampos - entrañables duendes subacuáticos- ; además de un jubiloso tono hipocorístico.)

Hay otros de mayor resistencia y tersura, que son como duras bellotas– anchas y redondeadas como las del roble o finas y brillantes como las de la encina – capaces de esperar bajo la escarcha la llegada de la próxima primavera. (En algunos casos extraordinarios, ciertos hipogramas acendran tanto su sentido que sobreviven viajando por el espacio – cruzan ríos y mares, o vuelan con alas propias, como la sámara – y por el tiempo – cruzan meses y años, como las fuertes legumbres de algunas lianas tropicales – en busca de la tierra óptima en la que echar raíces, sin perder su potencia seminal.)

           Pueden distinguirse tres tipos de hipogramas según su modo de expresión poética: los melopoéticos, que vibran como un diapasón y tiemblan en el oído con eco de címbalos (aquí las homofonías, las paronimias y el pájaro calambur); los fanopoéticos, que esbozan paisajes mínimos, formas o trazos de pincel policromados (territorio de la imagen, la metáfora y la analogía); o los logopoéticos, que ensartan ideas lejanas entre sí, dando lugar a insólitos rimeros de ideas (predio del aforismo o del breve koan).

      Por otra parte, el verso hipogramático no sigue ninguna estructura prefijada, no es verso medido, ni verso blanco, ni vers libre. Se construye, en todo caso, con lo que podemos llamar el vers trouvé. El vers trouvé, a menudo se encuentra al azar en los rastros, en los mercados ambulantes, como aquellas sugerentes figuritas, objetos mágicos, que Breton y Giacometti rescataban de la cacharrería del mercado de las Pulgas (una raíz de mandrágora con forma de embrión orando, o una pequeña rosa de cristal, traslúcida e inmarcesible) para hacerlas transitar – transformándolas - por las alquitaras de su creatividad.

Así se hallan también las semillas del hipograma, vagando por los mercadillos y arrabales del mundo y del alma, donde las ideas y las cosas espinozianamente se vinculan, como pequeños diamantes o perlas entre los cachivaches y bagatelas de la cotidianidad. Así, vagando y vacando el espíritu en aquella atenta pasividad que los místicos llamaban via receptionis y Miguel de Molinos mística quietud (y del que su discípulo Valle-Inclán dedujo su estética quietista), se abren los sentidos hacia dentro mostrándonos las iridiscencias de los objetos, su aura hirsuta y vibrátil, sus múltiples caras: la miel que las coníferas exudan, las prietas arborescencias en la carne del brócoli, la tea de grafito en la médula del lápiz… o las dalinianas hormigas que siempre acaban por cruzar la página en blanco en la que uno escribe.

Versos hallados en las chatarrerías del lenguaje, en sus abigarradas casas de empeño, en los márgenes abandonados del camino (donde se espesa la hierba) o de la carretera (entre la línea del arcén y los taludes), en los tumultuosos trenes de cercanías o en los vírgenes cuadernos de lejanías.

       El hipograma muestra sus singulares trouvailles con ilusión nabokoviana de entomólogo que exhibe sus mariposas, consciente de que sus coloridas falenas no se ajarán entre el cristal y el alfiler, sino que volarán vivaces entre las ramas quietas de las frases.

    Encaramándose por los altos andamios de la Poesía, los invisibles zarcillos de los hipogramas.
Entre los adoquines de la sintaxis dura y asfaltada, las hojas de hierba, los líquenes, la linaria, la espiga de los hipogramas.
A contracorriente del presuroso reloj que erosiona los días, los hipogramas, breves contemplaciones, onzas de tiempo en estado puro.
       Si la poesía es un caracol nocturno (Lezama), el hipograma es un limaco que busca el sol, un caracol sin hatillo.
Si el poeta es un campesino de las palabras (Stevens), el hipógrafo es el anélido que se mueve bajo tierra, esponjándola.
    Si la poesía es un arte de la insurgencia (Ferlinghetti), la hipogramática es la trinchera que se abre entre las páginas…







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