CHRISTIAN TUBAU ARJONA

CHRISTIAN TUBAU ARJONA

PROLOGO

Como el trino del cenzontle imita las voces de otras aves que cantan a su alrededor, así el título de estos papeles digitales se hace eco del verso del poeta cantor… “Si no creyera en la locura / de la garganta del sinsonte…” Trino polifónico el de este pájaro aliblanco, prodigiosa locura que su nombre de familia (Mimus polyglottos) delata y que corrobora su denominación en lengua náhuatl (Cenzon-tlahtol-e): el pájaro de los cuatrocientos cantos. Pero el eco nunca devuelve el sonido original intacto: una leve distorsión, una fértil différance, lo transforma en un sonido nuevo, en una canción nueva. Así, en estas páginas, las voces que se oirán son las que salen de la garganta de otra criatura, el simbionte, un ser vivo que se forma de la íntima hibridación de seres procedentes de distintos reinos. La imagen que ilustra el título (un liquen de la familia Cladonia), remite también, con sus erguidas trompetillas, a las múltiples voces que poblarán este cuaderno. Páginas híbridas, pues; páginas en las que convivirán (syn-biosis) estrechamente vinculados, entretejidos por sutiles raicillas, textos e imágenes sobre los infinitos seres vivos (los diez mil seres de Lao Tsé); o sobre las artes plásticas, que demuestran que es posible, como quería Octavio Paz, “soñar con las manos”; o sobre poesía (el musgo filamentoso de los versos) y otras especies literarias como la novela o el cuento; o sobre filosofía (las largas y tupidas crines de los conceptos). Walt Whitman decía "Brote la hierba de las palabras". Así de la blanca tinta eléctrica broten aquí líquenes alegres y polícromos, pioneros de la vida, que agrieten la obsidiana del espacio virtual.

25 de agosto de 2014

Las greguerías de Ramón Gómez de la Serna





Aprovechando la próxima publicación en este blog de mis Hipogramas, transcribo aquí un artículo que escribí sobre la génesis de la greguería ramoniana, que puede aplicarse también al modo de elaboración de los hipogramas…

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Las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna:
deconstrucción y recreación de la realidad.

Christian T. Arjona


Ramón Gómez de la Serna describió sus greguerías como “amibas de lo nuevo”. Y en efecto, las imágenes, sonoridades y asociaciones de ideas que contienen las greguerías son, en gran medida, inéditas, raras, nunca antes vistas. “La cabeza es la pecera de las ideas”.

            No es necesario explicar ni demostrar su singularidad literaria, así que la pregunta que trato de responder en estas páginas es la siguiente: ¿Cómo nacen las greguerías, estas criaturas literarias mixtas, estos alegres simbiontes de constitución heterogénea, bifronte?

El carácter novedoso, fresco, original, les viene dado en gran medida por su naturaleza compuesta: la mayor parte de las greguerías son entes metafóricos (“metáfora + humor” según la ecuación ramoniana), seres híbridos que amalgaman especies distintas, quimeras verbales que reúnen especies hasta entonces distantes, mundos paralelos.

            “El rayo muestra la sutura craneana del cielo”

            Para que se produzca esta hibridación de realidades diferentes, al poeta le ha sido necesaria una fragmentación previa, un esponjamiento de la realidad y del lenguaje que desarticule los objetos hasta sus partículas elementales, hasta sus genes, o que los desencaje, al modo del cubismo, en múltiples facetas o particularidades.

Podríamos explicar la génesis de esta forma literaria describiendo las dos fases de un proceso de alquimia poética que consiste, primero, en una deconstrucción implícita o explícita de la realidad y de su esquelatura ontológica; segundo, en una reordenación de los fragmentos formando una composición nueva, inusual y sorprendente.

“Las hormigas son los glóbulos rojos de la tierra”.

Ramón quería que sus greguerías “agujerearan”, “disolvieran” la prosa de la realidad, rompiéndola, roturándola. Este es el primer movimiento de la  “de-construcción/re-creación” que queremos desglosar.


Deconstrucción: Sobre la no-esencialidad

            En su primera fase fragmentadora, a menudo oculta bajo las palabras (cual raíces) o todavía en la mirada o el oído del escritor (cual una flor abriéndose), la máquina poética de la greguería funciona como un acelerador de partículas, un torbellino o ácido clorhídrico que separa las moléculas de los nombres, que hace estallar los muros arquitectónicos del significado. Batidora o coctelera metafísica que agita, al modo de los sonajeros, las piedritas duras, consabidas, grávidas, de las esencias de las cosas.

            Y es aquí donde la escritura de Ramón– y la cosmovisión que la nutre – coincide con la filosofía alígera, volátil y porosa del budismo mahayana.  El pensador hindú Nãgãrjuna, en sus 70 estrofas sobre la vacuidad, defendía que la única constitución íntima de las cosas es su no-esencialidad, su no-permanencia (“efimeridad” que diría Ramón), y su relatividad. Estos mismos tres atributos negativos nos parecen el trípode filosófico que sostiene la greguería.

            Vacuidad. Este hueco en el seno de las cosas, en su misma médula, es la que las convierte en imágenes reflejadas, sombras chinas, rumor y figuras de bambalina. Carentes de esencia, de significado original, los objetos se disgregan en sus accidentes, o en sus “afectos”, en términos de Spinoza. Y como ahuecadas esponjas de Menger, ilusiones de mãyã, las palabras también estallan, dispersando sus átomos de sentido, sus acepciones adheridas. De ahí que en las greguerías el ciervo pueda resumirse poéticamente en su cornamenta y que ésta pueda hermanarse, por isomorfía, con las ramas ahorquilladas de los árboles y aún con las azules rúbricas del rayo. De ahí que la urdimbre de un telar pueda confundirse con el encordado vibrátil de un arpa y con las ramas caedizas de un sauce.

       No permanencia. El poeta piensa, con el filósofo budista, que los objetos y sus nombres son transitorios y que es vano creer que poseen un ancla de sentido intemporal, un contrapeso de eternidad. Fluyente, efímera, tornadiza, la realidad no es un museo de piezas inmóviles, escultóricas; y el halo de desaparición que la envuelve le convence de que es posible jugar con ella, libre de las ataduras de la inmutabilidad. “Después de nudista se es huesista”. Por eso ni siquiera el tiempo es objetivo, y de acuerdo con Bergson, Ramón puede decir que las calles son más largas de día que de noche; que los almanaques de bolsillo empequeñecen el año; o que el hisopo del día final se asemeja al sonajero infantil.
         
         Relatividad. Esta falta de anclaje de los objetos, esta carencia de fundamento, es la que los obliga a depender unos de otros como las distintas olas del mar, y a estar ineludiblemente relacionados en una danza alegre y promiscua.
   
         Desintegración preliminar. Deconstrucción creativa. Licuefacción previa de la realidad que permite re-mezclar, las células desgajadas de las cosas. La greguería es el proceso químico por el cual se forman nuevas moléculas de sentido, nuevas proteínas lingüísticas, gracias a un distinto enlazarse de los elementos, a una mirada y un oído atentos a las resonancias. Así, en sus imágenes las golondrinas pueden entrecomillar el cielo o la serpiente rubricar el paisaje.

El arte de la recreación

También podría describirse este proceso mediante un símil más tangible, más greguerístico: en esta primera descomposición, al poeta se le muestra, desordenada y abundante, toda la ladrillería de la realidad, con su variedad de materiales, figuras y encajes. Y como un niño rodeado de coloridas piezas de un juego de construcción – acentos, formas, reverberos – se dedica a recogerlas y recombinarlas. Esta reordenación diferente, nueva, es la segunda parte del proceso que estamos describiendo. En la alquitara de la greguería, pues, es donde se reúnen, después de la disgregación de sus partes, las distintas cualidades de los objetos, dando lugar a seres literarios antes desconocidos.

Y así es posible ver, por ejemplo, trenzas perfectas en las espigas; o en las partes de la gaita: laringes y pulmones extravertidos; letras microbianas en la caligrafía árabe; o las garras de un pájaro en las manos ancianas.

Pero la reordenación poética, artística, artificial, no se produce arbitrariamente. Como las limaduras de hierro se adunan sobre la piedra imán, o como una cuerda vibra cuando se tañe una nota próxima, por simpatía, el poeta escucha las reverberaciones, los ecos, las imantaciones entre las cosas, y las aproxima para ver si se atraen, si llegan a acoplarse.

Es por eso que cuando la greguería funciona nos queda en el oído una extraña melodía, un breve ritornelo, un acorde inusual, como si la guitarra del poeta hubiera ensayado inexploradas afinaciones.

A menudo resuenan unas en otras, a pesar de grandes cambios de escala, como la taza rota y el coliseo en ruinas, o la lluvia y los largos alfileres (en otra greguería la lluvia también imita a los juncos de agua, y así la cadena de resonancias y mimetismos se multiplica y todo es espejo, vitral tornasolado, movido reflejo).

O a la flor le nacen ojos cuando el rocío posa en ella sus gotas y los gatos se beben la leche de la luna en los platos de las tejas. Luna que en otras metáforas puede ser también pandereta o reloj de los poetas.
 
        De este modo, gracias al doble movimiento de atomización/reordenación, la greguería realiza el milagro poético: ofrecer nuevas ventanas a la realidad, grietas en el lenguaje, y toda una insólita flora colorida y destellante creciendo en las fisuras de los viejos muros de la lengua.

       Si es cierto que, como decía Emerson, “el lenguaje es poesía fósil”, las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, como los mejores versos de los poetas, descascaran con su creatividad ese fósil y nos devuelven el lenguaje vivo, renacido, inaugural, como un carbúnculo encendido. 
           
           
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